Un niño que sufre malos tratos será, en primer lugar, un niño infeliz y con un bajo aprecio de sí mismo. Por otro lado, se sentirá merecedor del trato recibido y, para sus adentros, se dirá algo similar a: “soy malo, no valgo para nada y por eso me pegan”.
El niño precisa ver en los adultos una imagen de poder y sabiduría, siendo ellos quienes siempre tienen la razón y, por lo tanto, haciendo ellos lo correcto. Yo merezco el trato que me dan. El niño o la niña se comportará de manera inhibida, miedosa y recelosa, aislándose de los demás sin poder disfrutar del juego con los de su edad y sin poder confiar en los adultos. Le afectará tanto en el juego como en la adquisición de aprendizajes escolares.
Por otro la lado, hay quienes expresan el maltrato con inquietud, nerviosismo, conductas disruptivas y comportamientos violentos hacia sus congéneres, así como de oposición hostil y rebeldía hacia los adultos. Es como si, a través de sus comportamientos violentos, buscaran amedrentar a los demás o que éstos respondieran, a su vez, con agresividad hacia ellos, como una manera de disminuir sus injustificados sentimientos de culpabilidad.
Al hablar de maltrato no solo debemos entender las agresiones físicas repetidas que frecuentemente se dan en contextos de alcoholismo y resto de toxicomanías, sino también las negligencias afectivas que impiden el despliegue de las potencialidades del crecimiento y maduración normal del infante.
Las experiencias, principalmente afectivas, son como programas informáticos que moldean su cerebro (ordenador) y el psiquismo (su forma de verse a sí mismo y a los demás). Durante la infancia precisamos que algún adulto disponga de tiempo sosegado y tranquilo para estar con nosotros. Al igual que en el deporte, el tiempo dedicado a ello debe ser moderado y regular (un poquito pero cada día).
Los abusos autoritarios pueden llegar a ser un maltrato imponiendo a los niños lo que nosotros creemos y pensamos sin prestar atención a su individualidad. Por abusos autoritarios no se entiende que el niño no precise de pautas educativas, que, evidentemente, son imprescindibles para su desarrollo. Es, por ejemplo, abusar sexualmente de los niños, ya sea en el propio ambiente familiar (padres, hermanos mayores, tíos, abuelos, amigos de la familia, etc.) o en otros contextos (colegio, colonias de verano, etc.).
Un niño maltratado se ve afectado, en primer lugar, en su proceso de desarrollo, quedando éste estancado, perdiendo el interés y motivación para explorar lo que le rodea. En segundo lugar, en su autoestima y en la seguridad de sí mismo y en su relación con los demás, despertando, todo ello, una sensación de inutilidad, impotencia, indefensión y culpabilidad. Y en tercer lugar, afecta en su salud psíquica actual y futura.
Lógicamente de adultos somos, en gran parte, lo que hemos vivido de pequeños. “Somos lo que vivimos”. Son las experiencias, principalmente afectivas, las que van moldeando nuestras emociones, sentimientos, pensamientos y conductas.