Artículo de: EMILIANO DE LA CRUZ de PSICOLEY
Profesional incluido en el BUSCADOR PROFESIONAL THESAURO
En el momento actual, en el que la violencia sobre las mujeres no es una pura excepción, es necesario buscar sus causas y tratar de combatirlas. Una de esas causas se busca en el lenguaje y de ahí esa nueva costumbre de negar la representación de nuestro género a la palabra hombre y tener que decir “hombres y mujeres” para referirse a todos los seres humanos. A veces se llega al absurdo, si no a la obscenidad, cuando se dice, por ejemplo, “miembros y miembras”, cuando el miembro por antonomasia es el órgano sexual masculino, como lo es, para el principio de todas las cosas, el término “matriz”, órgano femenino por excelencia. Entre esas creaciones cuestionables del lenguaje se incluye ahora al piropo como algo que ofende o violenta a la mujer. Las palabras pueden reflejar en algún caso el ejercicio gratuito del poder de los hombres sobre las mujeres, pero el cambio deseable no se consigue violentando o castrando el lenguaje. Manos, corazón o amor tienen género masculino, aunque no por eso pierden .la delicadeza, el temblor o su indestructible lazo cuando representan a las mujeres. El alma, por ser un sustantivo que comienza con el fonema “a” tónico, es masculina en singular pero femenina en plural. Libertad, igualdad, fraternidad o verdad tienen género femenino, pero no dejan de tener la fuerza, la determinación o el valor que tienen cuando son referidas a los hombres
El piropo apunta al deseo, pero lejos de su habitual asociación con la pura pulsión sexual, a la que responden las expresiones obscenas o, como suele decirse, babosas (por ejemplo: “estás muy buena”, “maciza”, “estás para echarte un polvo” y otras alhajas por el estilo). El deseo está presente en esos dichos dirigidos a las mujeres, pero lo está en su faceta de desgarro, de resignación o renuncia, al saber imposible, inalcanzable, a la mujer que lo causa. El piropo, creación poética y de gran agudeza, dignifica el objeto (en el sentido psicológico) que lo causa. Se emparenta siempre con la belleza o con eso que, en la mujer, crea un vacío, un reconocimiento de la propia falta en el que lo enuncia. Sensación de vacío que suele producir toda belleza. Pero también emparente con el amor: ¿qué es si no ese «¿no es cierto, ángel de amor, que…?». Y es que negar las vías del amor y el deseo entre dos personas es lo que muchas veces conduce al ejercicio de la pura pulsión, del goce, que se reconoce en el maltrato, en la pornografía o la prostitución.
En ese vídeo que circula por internet, los niños se niegan a pegar a las niñas, lo que muestra (más allá de que sea una campaña) que, si la violencia machista la llevan a cabo hombres, los hombres no ejercen la violencia por el hecho de serlo. El maltrato no procede del machismo ―por más que se repita como una cantinela―. Si acaso, como escribí en otro sitio, puede ser el catalizador que la favorece. Las causas son mucho más complejas y no creo que procedan de un único comportamiento social (como no son ladrones, como se solía decir simplificando, los pobres o marginados: si no, no hay más que ver la procedencia de muchos de los ladrones que saquean hoy en día nuestro país). El machismo favorecerá, por su propia inconsistencia, esas conductas, pero no es la explicación de los asesinatos. Una razón que se puede aproximar es la descomposición subjetiva de algunos hombres ante el ejercicio de la libertad en las mujeres.
Hay piropos impresionantes (y a los que sería difícil encontrar ningún aspecto ofensivo), como ese “¡Ay!”, para el que J. A. Miller en una conferencia sobre el lenguaje (recogida junto con otras en el libro Recorrido de Lacan) dice que no es fácil encontrar un equivalente en su lengua, el francés.
Rechazar el piropo es rechazar la capacidad de creación poética, la que hace posible generar sentidos insospechados ante la belleza femenina. Desde luego, para tener ese carácter poético han de ser sancionadas como tal por la mujer que los recibe, con una sonrisa seguramente, aunque también es posible que se sienta violentada ante la presencia innegable del deseo. Algún piropo, como “ladrona”, podía rozar la ofensa, pero creo que expresa con exactitud lo que se produce en un hombre al pronunciarlo: que queda sin ojos, sin corazón, casi sin alma ante la fuerza de atracción de la belleza que contempla. Así lo expresa Miller: «…El piropo,…, supone que el piropeador no aspira a retener a esa mujer y, si hay allí un mensaje erótico, una connotación erótica, hay al mismo tiempo, singularmente, un desinterés profundo, un desinterés que hace del piropo, cuando alcanza la excelencia, una actividad estética». Y más adelante: «…En efecto, es la esperanza la que mueve al piropo: que esa mujer pueda ser, mas nunca lo será, pueda ser suya. Es siempre por abuso que uno imagina que una mujer puede ser suya. Los hombres inventaron el matrimonio para podérselo imaginar». Es por ese carácter estético, poético, pero también de generador de sentido, el de intentar aprehender lo inaprensible de la belleza, que el piropo tiene un valor de reconocimiento, y no de degradación, de la mujer. Un ejemplo evidente de que el piropo no busca ofender ni convertir en objeto a la mujer es el de los piropos que se lanzan a la Virgen en las procesiones en Sevilla. Creo que, en ese caso, no se sospechará la finalidad de poseerla ―en el sentido sexual.
Simplificar la causa de la violencia, atribuyéndosela al machismo, o a supuestos productos suyos, como el piropo, y no a los mecanismos psicológicos que arrastran a determinados sujetos fuera de la ley, es una manipulación. La violencia, por qué determinados hombres son capaces de colocarse por fuera de la ley, está lejos de haber sido explicada, y es bien seguro que responde a causas más profundas. Por supuesto que tendrá que ver con el lenguaje, porque todo lo que nos hace humanos nace de él, pero no por algo tan burdo como la existencia de determinadas palabras o que lo sean del género masculino o femenino.
En referencia a ese valor del lenguaje en la relación entre los sexos, indudable, en todos estos años en que la expresión “violencia de género” sale de cuantas bocas públicas hay, ¿no es asombroso que ni una sola voz haya enunciado la posibilidad de que las mujeres, sus modos de actuación, pueden tener que ver algo con las causas de la violencia? No me refiero a esa otra simplificación aberrante de que la mujer que ha muerto tiene responsabilidad en el acto del hombre que la ha asesinado (como el que lleve una minifalda es la causa de ser violada), sino a su participación en el funcionamiento de la estructura familiar y social que da origen a esa violencia en algunos hombres. (Lo de la mano que mece la cuna es la mano que maneja el mundo).
Lo peor de todo es que, en la actualidad, la violencia se mantiene o crece, pero los piropos de verdad casi han desaparecido: quedan pocos poetas en nuestro país.