¿CONSPIRACIÓN O SUCESIÓN DE ERRORES?
La división de la sociedad francesa de finales del siglo XIX y principios del XX, fue de tal magnitud, que aún hoy se sigue hablando de ello, tanto desde el punto de vista histórico como desde el punto de vista del derecho; pero en realidad la raíz del escándalo tuvo lugar mucho antes de que la traición tuviera lugar.
En 1871 Francia perdió las regiones de Alsacia y Lorena en favor de Prusia tras la derrota sufrida en el conflicto que ambos países iniciaran el año anterior. Desde ese momento todo lo relacionado con los teutones sería observado con recelo, creando un caldo de cultivo al que se le suma el creciente antisemitismo y sus ramales mediáticos. Una vez puestos en antecedentes y antes de entrar en el caso, es necesario hablar sobre el presunto culpable
¿Quién era Alfred Dreyfus?
Vino al mundo el 9 de octubre de 1859 en el seno de una familia acomodada de origen hebreo afincada en la población de Mulhouse (Alsacia).
En el año 1872, tras la derrota francesa, y la ocupación prusiana que le sobrevendría al territorio, la famila Dreyfus abandonaría su lugar de origen.
Cuando tuvo la edad suficiente, Alfred, francófilo convencido se decidió por la ciudadanía francesa, y en 1882 ingresaría en el Ecole Politicnique con el fín de entrar en el ejército, su trayectoria era prometedora y obtendría el grado de capitán, posteriormente ingresaría en la Escuela de Guerra. En 1883 entraría en el estado mayor como oficial en prácticas.
Tras ser declarado culpable del delito de alta traición, el 5 de enero de 1895 fue degradado en el patio de la Escuela de Guerra ante todos sus compañeros, cuando tuvo ocasión de hablar dijo “Soldados, están degradando a un inocente, están deshonrrando a un inocente, viva Francia”. Posteriormente cumpliría sentencia en la isla del Diablo, la menor de las islas Salvación, frente a la Guayana Francesa
El escándalo
En Francia la paranoya contra todo lo proveniente de alemania era palpable, lo que trasladado a las altas esferas suponía entrar en un intrincado juego de espias, y eso fue exactamente lo que sucedió. Todo comenzó cuando en septiembre de 1894, Mary Bastian, asistenta e informante del contraespionaje francés, vaciando la papelera del despacho del agregado alemán en París, encontró un manuscrito sin firmar,el cual se dio a conocer como el “bordereau”.
El contenido de la nota detallaba una serie de secretos militares a los que sólo tenían acceso los miembros del estado mayor, concretamente aquellos que debían de haber servido en todas las secciones del mismo. Entre los nombres que barajaron, salió a relucir el del único judio nacido en territorio aleman, Alfred Dreyfus.
El comandante Du Paty, aficionado a la grafología y director de la investigación, estaba convencido de la culpabilidad de Dreyfus, por ello, el 15 de octubre de 1894, el general Mercier convocó al sospechoso con el fín de tomarle una prueba caligráfica para apresarle despues por alta traición.
Esperando refrendar la opinión de Du Patí, se recurrió a Gobert, un experto de la Banca de Francia con formación en grafología, pero su conclusión difería de la del comandante. Decepcionados por el resultado, recurririeron a Bertillon, el cual no tenía formación en la materia, y creó un enrrebesado método métrico por el que Dreyfus volvía a ser culpable.
Con posterioridad se recurrió a Chavaray, marchante de autógrafos, a Teyssonnieres, grabador, y a Peillat, redactor del ministerio de Bellas Artes. Los dos primeros mantuvieron contacto con Bertillon y se dejaron influir, motivo por el cual llegaron a la misma conclusión, aunque en sus respectivos estudios hubiera pequeñas diferencias con el objeto de aparentar independencia de criterios.
Por otra parte, a Peillat, no le pareció ético hablar sobre el asunto con Bertillon y optó por hacer un informe independiente en el que exculparía a Dreyfus de ser el autor del borderau.
El 19 de diciembre de ese año, se formaría el consejo de guerra encargado de juzgar a Alfred Dreyfus, cuya única prueba sería el ”bordereau”. El acto se celebrebraría a puerta cerrada, lo que movería a muchas especulaciones entre la prensa. Fue un proceso en el que se incurrio en numerosas irregularidades, entre las cuales está la entrega a los jueces de un expediente, que resultó determinante en las deliberaciones, y cuya existencia desconocía la defensa. Este expediente estaría preparado por el Estado Mayor con unas pruebas muy endebles en el que ni siquiera se menciona el nombre de Alfred Dreyfus; de hecho actualmente a uno de ellos se conoce porque figura la frase “el canalla de D”, detalle que los jueces relacionaron con la inicial de su apellido.
Como eje central del acto judicial, no podemos olvidar las estranbóticas declaraciónes de Bertillon.
El teniente coronel Picquart, antiguo instructor de Alfred Dreyfus, tenía entre sus atribuciones recabar la documentación robada a la embajada germana, por ello, tuvo la ocasión de constatar las filtraciones de información de la que sospechaba el general Mercier desde comienzos del año 1894; pero sus sospechas no señalaban a Dreyfus, sino, a Ferdinand Esterházy. En concreto el servicio de contraespionaje frances había interceptado una carta entre el oficial aleman Schwartzkoppen y el oficial francés Ferdinand Esterházy; dato que junto al expediente secreto exculpaba a Dreyfus, De modo que acudió al ministerio de la guerra donde se le proporcionó un par de escritos en los que Esterhazy solicitaba el traslado desde Ruan al Estado Mayor General de París. Ambos documentos le sirvieron a Picquart –sin preparación grafológica- para ver el extraordinario parecido entre las muestras gráficas.
Picquart creía en la idea de hacer justicia librando de la prisión al inocente y encerrando al culpable, y por el bien del ejército pensaba en cerrar el caso cuanto antes, pero ésta no era la opinión de sus mandos, pues para ellos, Dreyfus era una persona a la que se le podía arruinar la vida sin pagar las consecuencias, motivo por el que no se le hizo caso cuando pidió el auxilio de sus superiores. Su insistencia en la investigación comenzó a ser incómoda, experimentó el aislamiento por parte del resto de oficiales, y su superior le despojó de sus responsabilidades, lo que suponía la imposibilidad de acceder al expediente secreto, el cual ya había mostrado anteriormente, y que según las órdenes debió de ser destruido tras el consejo de guerra.
Picquart terminó siendo destinado a supervisar las guarniciones del este de Francia, de Argelia y de Túnez; mientras que Henry, el que fue su adjunto le relevaría en el cargo, situación que aprovechó para añadir documentación falsa entre los documentos robados a la embajada francesa; el más famoso de ellos es conocido como “el falso Henry”, carta elaborada con superposición de texto y firma escrita supuestamente por Panizzardi en la que aconsejaba negar cualquier contacto con Dreyfus.
Henry.
A su vuelta a Francia en 1897, Picquart fue acusado de estar a sueldo de un sindicato judío y de falsificar el telegrama de Schwartzkoppen a Esterházy, y por ello, sería posteriormente encarcelado.
El Estado Mayor había entrado en estado de sordera persistente y con tal de no reconocer el error, cerrarían filas en torno a Esterházy para protegerlo, pero al mismo tiempo, en 1898 fue incitado por la cúpula militar para comparecer ante un consejo militar. Pretendían atajar la polémica bajo una aparente colaboración con la justicia, aunque lo cierto es que para conseguir la absolución de éste, el juicio sería amañado y los expertos Couard, Varinard y Belhomme en ningún momento reconocerían la escritura de Esterházy.
Por otro lado, los esfuerzos de Mathieu Dreyfus, que llevaba tiempo trabajando para liberar a su hermano menor de la prisión, parecía que por fin daban sus frutos, pues su objetivo era captar a personalidades influyentes para reclamar la repetición del juicio. Algunas de las personas con las que se entrevistó fueron Sheurer, alsaciano de origen, vicepresidente del senado y director del periódico La República Francesa, el periodista Ernest Judet, y por supuesto Emile Zola, quien publicó el célebre “J ´accuse” el 13 de enero de 1898 en el periódico L’aurore, con cuyo director también contactó.
Emile Zola fue condenado a una multa de tres mil francos y a un año de prisión, pero ésta fue desestimada por un defecto de forma. Zola se exilaría en Londres, y las apacibles aguas del mundo de la intelectualidad bajarían turbias. Entre los simpatizantes de Dreyfus se encontrarían a Emile Duclaux, director del Instituto Pasteur, Claude Monet, Pisarro o Clemenzeau (que llegaría a presidente de la república), mientras que entre los detractores veríamos a nombres como Degas o Cezanne.
El nuevo ministro de guerra era un declarado antirrevisionista, y creía en la culpabilidad de Dreyfus en base a una supuesta confesión, pero también era desconocedor de muchos detalles. Por ejemplo, no sabía que los documentos en los que se basaba la acusación no tenían una autoría clara y aunque reconoció que la parte de Dreyfus no dispuso de los documentos necesarios para llevar la defensa, la causa fue rechazada.
Habían pasado cinco años ya, y hacía tiempo que los incendiarios artículos habían traspasado el papel para instalarse en las calles; el desorden social y los disturbios eran habituales en París a cuenta del caso. Pero otro blanco que no resultaría ajeno a la presión de la prensa sería la Sala de lo Penal, que elaboraría un informe dando a conocer que el expediente secreto de Dreyfus estaba vacío, y también manifestaba el convencimiento de que la trama fue fraguada por Esterházy, por tanto desaparecida la causa contra Dreyfus, era inevitable que el Tribunal de Casación anulara el juicio de 1894.
El procedimiento se reabrió el 7 de agosto 1899 en Rennes, la presión era inmensa. El Estado Mayor declararía contra Dreyfus sin nuevas pruebas, Esterházy admitiría la autoría de la carta aunque su confesión se consideraría nula, el 14 de agosto, Labori, el abogado defensor sufriría una atentado quedando excluido de los debates durante más de una semana.
Hacía tiempo que el papel de la Justicia Francesa en este asunto traspasó el límite de lo ridículo, y para corroborarlo, el 9 de septiembre fue nuevamente declarado culpable “con circunstancias atenuantes” y condenado a cumplir diez años de prisión.
Un día más tarde, Alfred Dreyfus presenta recurso de apelación, por lo que el Estado optaría por concederle el indulto, medida a la que se acogería en contra de sus partidarios, lo que suponía recobrar la libertad y volver con su mujer e hijos de los que estuvo tantos años alejado, aunque técnicamente seguiría siendo culpable. El 17 de noviembre de 1899, el primer ministro proclamaría la ley de amnistía.
El cambio de gobierno tras las elecciones de 1902 trajo consigo la reapertura del caso bajo la supervisión del general André, nuevo ministro de guerra, quien vertió duras críticas contra Bertillón.
En 1906 el Tribunal de Casación con las cámaras reunidas daría carpetazo al caso anulando la sentencia de Rennes, así como los actos previos.
Aunque según el tribunal de casación nunca hubo pruebas suficientes para someter a Alfred Dreyfus ante un consejo de guerra, los cinco años en prisión condicionaron el resto de su carrera miliar, ya que reingresó en el ejército con rango de Jefe de escuadrón, y nunca pudo optar al grado de oficial general.
Por último, en 1907 se vio obligado a dejar el ejército, participo durante la I Guerra Mundial como oficial de reserva jefe en la retaguardia de París y acabaría su carrera militar como coronel.
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