La firma es el resultado de una creación personal y automatizada con un importante componente psicológico, cuya modificación se produce de manera espontanea mediante la praxis reiterada, mientras que desde el punto de vista legal, este grafismo simboliza la participación o consentimiento del documento en el que se plasma.
Sin duda, éste último aspecto es el perseguido por el imitador, pero también la firma auténtica puede ser empleada para falsificar una documentación. Este método es conocido como “abuso de la firma en blanco”, el cual se lleva cabo cuando el texto de un contrato o cualquier otro documento es elaborado con posterioridad a la firma.
Teóricamente se trata de un sistema, bastante factible, pero desde el punto de vista práctico, además de conseguir una firma en una hoja en blanco, deberá de estar en un lugar no demasiado próximo al futuro texto, para que en caso de ser manuscrito, éste no se vea alterado con renglones progresivamente apretados, dirección ascendente, o cruzamiento de trazos, pues cualquiera de estas posibilidades pueden revelar una irregularidad.
Si el texto posterior a la firma es realizado por ordenador, las complicaciones no serán menos, pues los cruzamientos entre texto y firma serán inevitables, a no ser que se disminuya de manera llamativa el tamaño de la fuente.
El otro escollo para estudiar un documento como éste, es la falta de originales, lo que se da con mucha frecuencia, pudiendo esto alimentar las sospecha de implantación digital de firmas. Incluso llegué a trabajar en un caso en el que el mismo grafismo figuraba en fotocopias de documentes diferentes.
La semana pasada, recibí un correo electrónico de una persona, que quería saber si la firma fue realizada antes del texto hecho a ordenador, pues me dijo que carecía de original, y que le habían comentado que la averiguación sería posible mediante una copia.