“Estamos en los 80s” o “estamos en el siglo XXI” Hemos repetido frases similares a éstas a lo largo de la historia con mezcla de orgullo e incredulidad. Sensaciones precedidas por la ingenua creencia de encontrarnos en el culmen del género humano, lo que equivale a un mundo feliz y seguro. Pero lo cierto, es que el ser humano -solo tras mucho trabajo- es capaz de elevar a la humanidad hasta límites insospechados, pero también puede sumirla en el mayor de los desastres en poco tiempo. Sólo tenemos que fijarnos en la rapidez con la que el mundo colapsó ante el COVID 19, y lo dificultoso que fue hallar una vacuna que suponga una garantía parcial.
EL progreso de las fuentes de conocimiento que han ido surgiendo desde el descubrimiento del fuego hasta nuestros días ha sido sobresaliente, pero siempre espoleado por una realidad apremiante, lo que hace de la historia humana un continuo ensayo error. Aun así, los descubrimientos continuarán sucediéndose porque nunca llegaremos al entendimiento pleno de lo que nos rodea.
Por otro lado, en un plano inferior a este tipo de conocimiento, se encuentra aquel que regula la vida de las personas, lo que nos lleva a la ciencia del derecho, que como obra humana es imperfecta, y como tal se ve superada constantemente por los acontecimientos. Por ello, en muchas ocasiones se recurre a saberes auxiliares, que sitúen los hechos dentro de un contexto ponderado por la justicia con el fin de ser calibrados; y en caso de ser probados, juzgados.
Entre esas fuentes de conocimiento encontramos la pericia caligráfica que, tuvo sus comienzos por el método más básico, el gramatomórfico: un sistema totalmente superado que tomaba la escritura como arte, o “escritura dibujada” a partir de la cual se procedía al cotejo superficial y formal de las grafías.
Pese a que hoy en día sabemos que el rasgo escritural puede ser alterado de manera consciente e inconsciente, el éxito y perdurabilidad de la metodología en cuestión, fue motivado por el analfabetismo predominante en la población, lo que reducía el espectro en aquellos que supieran leer y escribir.
No podemos obviar que durante la búsqueda de métodos más certeros, tuvieran lugar errores históricos mediante métodos, que considerados como troncales se mostrarían ineficaces. En el caso Dreyfus se cometió el fallo inicial de llevar a cabo una medición arbitraria de elementos gráficos, de modo que aunque la métrica hubiera sido aplicada correctamente, se podría dar por auténtico un manuscrito calcado por otra persona, o dictaminar autorías diferentes cuando en realidad las hizo la misma mano en condiciones diferentes.
Expectantes ante lo que nos depare el futuro, en la actualidad el método empleado es el grafonómico que consiste en el abandono de la visión de la escritura como arte para considerarla como un reflejo fisiológico y psicológico del individuo, implicando esto un estudio y cotejo tanto de la anatomía escritural como de gestos que pudieran pasar inadvertidos a los ojos de un lego en la materia. De hecho, si la persona es considerada como un ser dinámico en constante desarrollo, la escritura no puede ser analizada como un producto estático.
Independientemente de la materia que estemos estudiando, la magnitud de la misma o del tiempo que le empleemos, los ángulos ciegos de cualquier materia son innumerables. Un ejemplo de ello está en la isla de la Palma, caso en el que parafraseando a un honesto vulcanólogo “el volcán hace lo que quiere” o lo que es lo mismo, queda mucho trabajo para comprender lo que allí sucede. Por ello, aunque es necesario seguir avanzando, resulta insensato que nuestra razón pretenda abarcar el infinito espacio del conocimiento.
Autor: Alberto Repiso
Web:www.caligrafosmadrid.com